Un 2 de diciembre de 1515 fallecía el terror de los franceses, el Gran Capitán, Gonzálo Fernández de Córdoba. Son muchos los actos que estos días inundan Granada, recordando el quinto centenario de la muerte del Gran Capitán, y desde Cicerone os rendir un modesto homenaje, recordando brevemente la vida de esta figura tan importante en la historia de España.
Que Fernández de Córdoba fue un gran militar al servicio de los Reyes Católicos, lo sabe todo el mundo. El segundón de la familia Aguilar, de Córdoba, se formó en la tradición guerrera de la frontera andaluza y en la corte real castellana. En las Guerras de Granada (1480-92) empezó a practicar sus innovaciones tácticas, que superaban la guerra medieval; su habilidad para aprovechar todos los recursos, adaptando la táctica a las condiciones del momento (empleando, por ejemplo, espías o practicando una lucha de guerrillas), explica los éxitos de su carrera, que le convirtieron desde joven en el más destacado jefe militar de la monarquía castellano-aragonesa.
Gracias a su buena relación con el rey Boabdil de Granada fue premiado con la delegación de la Orden de Santiago, además de otras recompensas económicas y territoriales. Tras la capitulación de Granada en 1492 y la expulsión de los moriscos de la Península, el Gran Capitán fue enviado a Nápoles, donde dirigió una intensa campaña que duró dos años (1494-96) contra los franceses de la casa Anjou, a los que derrotó, ganándose en el acto su sobrenombre de Gran Capitán. Sin embargo, tuvo que regresar a Italia varias veces para reconquistar el territorio que la Corona de Aragón había dividido y cedido en parte a Francia por el Tratado de Granada (1500). Consiguió que Nápoles pasara finalmente a ser dominio español, bajo el cual se mantendría hasta el siglo XVIII, quedando el Gran Capitán como su gobernador.
La muerte de la reina Isabel en 1504 marcó el inicio de la caída en desgracia del Gran Capitán. Su enfrentamiento con Fernando el Católico llegó hasta tal punto que, cuenta la leyenda, que el rey exigió al Gran Capitán que rindiera cuentas de su gestión financiera, haciendo famoso el tópico de las Cuentas del Gran Capitán, que gastó «en picos, palas y azadones, cien millones»… Fernández de Córdoba fue depuesto como gobernador de Nápoles, adonde nunca regresó a pesar de sus protestas.
Fernández de Córdoba enfermó seriamente de fiebres cuartanas en el verano de 1515 y el 2 de diciembre de ese mismo año dejaba finalmente este mundo en su casa del Realejo, habiendo recibido los santos sacramentos, rodeado de su mujer y de su hija. Con 62 años, moría el hombre, nacía el mito.
La viuda, Dª María, se encargó de difundir la noticia. Así pues, llegaron varías cartas de condolencia, entre ellas la del rey Fernando, que reanudaba la vieja amistad, y la del joven Carlos de Hasburgo, quién sentía verdaderamente la pérdida. Curiosamente Fernando moría sólo un mes después de su leal Gonzalo. Hasta casi el final, dos vidas prácticamente paralelas, la de Fernando el Católico, y la del gran Gonzalo Fernández de Córdoba.
Quiso ser enterrado en el monasterio de San Jerónimo de Granada y su viuda, pese a todas las vicisitudes, hizo todo lo posible para que así fuera, y allí se puede contemplar hoy su lápida.
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